5 de agosto de 2011

ARS MORIENDI (13)

13# —SE LLAMABA GAVRIELATOS,


el muerto de la silla, y era griego de Mykonos, una de las Cícladas. Todas las mañanas salía del camping por la puerta. Como si no hubiera ventanas, bendito sea. Era un tipo cuadriculado, muy alemanote. A pesar de provenir de la tierra de Plotino (al que le dicen griego pero nació en Egipto y estudió en Alejandría) saludaba siempre en castellano y, cuando se dejaba ver por la garita, siempre de paso, me saludaba con un gesto salutífero. Regresaba por la noche, esquivando las parcelas con luz. A saber qué negocios se traía el sospechoso entre las manos, siempre con su toalla bajo el brazo y una bolsa vacía. De basura, negra, con asas, lo mismo era un cubo. Debía pescar lapas en las rocas de la orilla, o cualquier otro gasterópodo primitivo. Con marea baja, se entiende, o yo no me lo explico. La luna no es tan peligrosa como la gente dice y menos para un hombre como el muerto, que no tiene ovarios, nunca los tuvo y, por tanto, no precisa estimación de ningún tipo. Los uniformes andan con sus cábalas, pero nunca les salieron bien los números. Argumentan merovingios, ejem, quiero decir, meridianos, ecuaciones de diverso grado, raíces pivotantes. Mas no resuelven, el gato no les deja pensar.

—Joder con el gatito —dijo Pitusa.

—Para esos menesteres tienes un marido. Hay que ver cómo sois los de ciudad con las minusvalías —refunfuñó Sombrero y, con el impulso, prosiguió.

—Gavrielatos murió, finalmente, como yo lo maté. Quiero decir como yo lo dije, que ya lo había dicho y no me gusta repetir las cosas. Repetir las cosas, puj, repetir las cosas. Puj.

»Le taladraron el cogote con una broca para metales semiduros. Y yo me pregunto, ¿por qué no utilizaron una para maderas y contrachapados, por aquello del serrín? Mi respuesta es la siguiente: Mi taladro sólo tiene una broca, la que le aplicaron en la nuca.

—Tu taladro —dije.

La cuestión me interesaba.

—Su taladro —susurró Pitusa, pero a Sombrero le vibró el tímpano.

—En efecto —dijo—. Este rotatorio en perfecto estado de conservación, funcional como él solo. He aquí el arma del cricquet, ejem, mis muertos, he aquí el arma del crimen.

Nos mostró el taladro y, al ver la sangre todavía barnizando la broca, se disculpó inmediatamente.

—Oh, qué desastre, la madre que me trajo. Ya le dije a mi mujer que limpiara el artefacto. Esa mala puta nunca está cuando se la necesita.

—Aquí no hace más que morir gente —se arrancó Pitusa, negando con los pies—. Este camping empieza a aburrirme seriamente.

—Lo primero es el aseo —concluyó Sombrero, dándose la vuelta a modo de despedida—. Aquí no se divierte nadie con las uñas negras. En cuanto a lo que dices, sí, lo confieso. Aquí, los que la diñan, todos son de buen morir. Pero eso es algo a lo que uno se acostumbra.

1 comentario:

Unknown dijo...

Ya me gustaría a mí toparme con unos muertos tan formales, que hay cada uno por ahí.