28 de agosto de 2011

ARS MORIENDI (25)


25# ME LLAMO YORYO


La cosa comenzaba a pintar negra. Las fichas se iban deslizando una y otra vez por el tablero. El camping era el tablero y nosotros figuras de hueso, pequeñas esculturas sin autonomía cierta. Dejé de pensar en el juego para volcarme en lo ocurrido.

—Tus amigos son unos mierdas —le espeté a Sombrero en todo el frontal—. No son de fiar.

—Nunca la amistad fue cosa fácil —me respondió—. Pero apechugamos. ¿Acaso puedo yo fiarme de un tipo que, después de compartir conmigo el horror de los asesinatos y algunas otras cosas divertidas, no me ha dicho su nombre?

[¿Y por qué habrían de fiarse los lectores de la primera persona, del narrador-personaje, de mí, que no he desvelado mi nombre hasta aquí, hasta esta página que llevará, en todo caso y si nadie la caga, un número impar?].

—Me llamo Yoryo —dijo Yoryo. Tras una pausa, añadió—: Y si no lo he comentado antes no veo por qué tengo que hacerlo después. Pero me llamo Yoryo y me hago acreedor de las más increíbles historias sobre la antroponimia mía. Ahora ya lo sabes. Pero tú, por mucho que te identifiques, sigues sin ser una persona de fiar.

—Yo soy más de orujo de hierbas —dijo Sombrero—. Por otro lado, tu nombre me importa más o menos media mierda, por utilizar tus expresiones. Basta ya de confianzas. Estoy realmente ofendido y me tenéis hasta la coronilla.

—Coronilla, dice —dijo Yoryo—. Con ese cabezón.

—Con ese cabezón tu fruta tu gruta tu ruta tu irresoluta tu enjuta tu puta madre, ¿me oyes? Con ese cabezón, dice —dijo Sombrero—. Con ese cabezón —y se acarició, nervudo, los pelos del occipucio.

A Pitusa se le saltaban las lágrimas. No podía contener su rabia. Con ímpetu animal, agarró a Yoryo de la mano y se dirigió a Sombrero. Le preguntó, con furtiva malevolencia:

—¿Te gusta la ginebra?

Sombrero imitó a la perfección la voz de Cela:

—Toma, claro.

—Pues nos invitas a unos litros, y en paz.

Quedaron al caer la noche en la garita. Sombrero prometió preparar unas copas digitales. De vuelta, ya en la cremallera de la tienda, Pitusa y Yoryo establecieron el siguiente diálogo:

PITUSA. Matar.

YORYO. (Sorprendido por el poderío de una oración tan corta). ¿Qué has dicho?

PITUSA. He dicho matar.

YORYO. ¿Me lo puedes repetir?

PITUSA. Matar.

YORYO. (Para asegurarse). Una vez más.

PITUSA. Matar.

YORYO. (Por si no lo hubiera entendido). Más alto.

PITUSA. Matar. Matar. Matar. ¡Matar! ¡Matar! […].

YORYO. (Interrumpiendo bruscamente la verborrea). Calla, coño, que te van a oír.

PITUSA. (Susurrante, suplicante). Matar.

No había duda. A Pitusa le brillaban los ojos y, por su mirada, Yoryo pudo entender que en esta ocasión estaba en sus cabales.

—Está bien —dijo—. Matemos.

 

No hay comentarios: