18 de agosto de 2011

ARS MORIENDI (19)


19# —SE LLAMABA LIMI.


Tenía las piernas cortas, como cacahuetes. (Formaban un paréntesis perfecto porque era genuvara). Vamos, una especie de arco con la cuerda tensa. Era hija de Xiong, casado con Tang —Xiong— y viuda de Feng —Limi—. Realmente no sé quién murió primero, así que olvidemos la soledad. Supongo que fue ella, porque el bañador no era negro. Pero entonces el esporádico viudo era Fang, ejem, Feng, que me trabo, y es que los chinos se parecen hasta en el nombre. A lo que voy. Limi. Me la acabo de encontrar en el baño, colgada de una viga.

—¡Cómo! —saltó el menda a una voz.

—¡Será posible! —exclamó Pitusa con la suya.

—Me estaba cagando —dijo Sombrero apretando los puños—. Tuve que ir. Era cuestión de vida o muerte, nunca mejor dicho ni en ocasión más óptima.

—Problemas de ano… —aventuré.

—Ah, no. Problemas de estómago —dijo Sombrero, y se golpeó repetidas veces la panza—. Cagalera, dicho mal y pronto. En fin, que sigo recto.

»La cosa es para darle vueltas porque la tía se movía como un péndulo. Ahora por aquí, ahora por allá, y uno no sabía donde parar los ojos. Pero vamos, que estaba tiesa como una vara de bambú y si oscilaba de esa forma sólo podía indicar una cosa. Era reincidente, ejem, un cadáver reciente.

—Entonces era ella la viuda —dijo Pitusa.

—Pues no acataba la doctrina cristiana —replicó Sombrero—. Llevaba pegado al cuerpo un bañador taoísta. Hay que ser hortensia, no me jodas.

—Hortera, dices —corregí.

—Ejem —dijo Sombrero, y nos mostró las bragas.




[Explicación del círculo: Por lo visto es un taijitu, un símbolo chino que representa el ying y el yang y el principio generador de todas las cosas. Tiene una parte negra con un redondel blanco y una parte blanca con un redondel negro. Estampemos este símbolo tan simpático cincuenta veces sobre una tela. Supongamos que con esa tela, hortera se mire por donde se mire, Limi ha fabricado un bañador. ¿Para qué nos sirve lo que escribo? Para nada. Quiero introducir este corchete para regocijo de aquellos escritores que últimamente tienen a bien insertar gilipolleces entre las páginas de sus escritos].


—Lo que os digo —dijo Sombrero—. Que Limi era un tapón. Y que me digan cómo logró tirar la cuerda por encima del hierro. No es que desconfíe, pero un suicidio requiere lo que un polvo mediocre: preliminares. Y Limi era de las de tiro fijo. Quiero un polvo. Pues toma, un polvo. Sin fisuras. Las chinas no tienen fracturas. El hueso se regenera solo. Como los hongos, por fragmentación de filamentos. Quiero un hierro, una cuerda, y la quiero aquí, ahora. Pues toma. Y de paso te mato para que te jodas. Algo así.

—Sombrero, hijo —desenfundó Pitusa su instinto maternal—. Tú naciste gilipollas, ¿no?

—Al borde de la línea —dijo Sombrero rascándose la oreja derecha con la mano izquierda, pero por detrás de la cabeza.

—No me hagas monerías. A ver, resumiendo. Que la china ha sido asesinada.

—Es un suplicio, un supositorio, quiero decir, ejem, una suposición, un supuesto.

—Por supuesto, no quisiera yo contradecirte.

—¿Y el cuerpo?, ¿dónde está el cuerpo? —pregunté.

—Mis amigos liaron el paquete —respondió Sombrero—. Se lo llevaron en el jeep anexo al paquete de Feng. Llegaron juntos y se van juntos, adosados, encolados, enlazados, ensamblados, soldados, militares, combatientes y estrategas. Puj. Puj. Puj. Tampoco es para echarse a llorar.