5 de julio de 2011

ARS MORIENDI (6)


6# —SE LLAMABA PALINKAS.



Y no era de Arpino sino húngaro de Budapest, de Pest, más concretamente, a la orilla izquierda del Danubio. Un señorito, de ciudad, porque era pequeño, de la capital. Vino solo, por lo visto, y porque yo nunca le vi acompañado. Os hacéis una idea: yo aquí conozco a todo el mundo. Para eso me pago una barbaridad. De todos modos ya le había echado el ojo y un par de veces me tomé unos vasos con él. Nos pinchamos varias botellas. Ciento quince, si no recuerdo mal. Pero a Palinkas, hombre de poca conversación, había que sacarle las palabras con gancho aunque no entendía ni una. Eso sí, era un tipo agradable y, según los guripas, también educado. No les dio ningún problema y eso que le trataron durante varias horas. Lo levantaron a su ritmo. El señor escritor debería saber cómo son estas cosas. Los levantamientos, me refiero. Contrató la tercera parcela empezando por la izquierda, por la fila del centro. Es un dato que os doy por si os interesa.

Sombrero chupaba un cigarrillo por los lados y, en una de ésas, le dio por encenderlo.

—Palinkas, según los verdes, murió de una cuchillada en la patata —prosiguió—. Pero eso ya se lo imaginaban sin sacarlo del seto, entre otras cosas porque el arma homicida sobresalía un palmo. También, lo que son las causalidades, ejem, que me trabo, las casualidades, se le veía un huevo sobresaliente, y es que los húngaros, para esto de los bañadores, ni tienen tradición ni la han tenido nunca. Los uniformes, a lo que iba, ya se sabe, se ríen por cualquier cosa y les entran ganas de fiesta. Vinieron a la garita y tomamos unas cañas. Todo por tenerles contentos, que ya es el segundo muerto esta semana y nos conocemos de sobra.

—¿El segundo muerto? —preguntó Pitusa, algo asustada, y experimentó su labio un agónico tintineo.

—Sí —dijo Sombrero—. Un francés rubio, Pierre le llamaban o se llamaba, de la zona de Abraracúrcix, véase, galo como él solo y alemán del oeste del Rin.

—Hay que joderse con su camping —dije—. ¿De qué murió el desdichado?

—Se le abrió una raja en el cuello, pero no sabemos si venía con ella de Perpiñán, donde dicen que cogió al autobús, o se la hizo aquí, el tipo, en un descuido. Los guripas no se fían un pelo y, tras lo del húngaro, dicen que no se fían un pelo. Son muy repetitivos.

—Aquí pasan cosas raras —susurró, amoscada, Pitusa.

—No me jodas —dije yo, dándole la razón a mi compañera.

—No te agaches —dijo Sombrero.




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