28 de julio de 2011

ARS MORIENDI (9)


9# EL QUE NO INTERROGA ES PORQUE NO QUIERE


El tercer cadáver apareció esa misma noche sentado en una silla de plástico con el logotipo de una multinacional en el respaldo. A la puerta de las duchas apareció el tercer cadáver como si la muerte, su propia muerte, fuera algo totalmente relativo. Era un cadáver, sí, pero el cabrón estaba limpio y aseado como si de un tío vivo se tratase. Debido al circunloquio Pitusa se mareó un poco y vomitó las aceitunas presa de algunas vaharadas ajo y perejil. Sombrero, muy amable, le tendió un trapo.

—Toma, límpiate los morros —le dijo—. Que pareces un gorrino.

Se montó una buena en el camping cuando los niños portugueses, llegados de Setúbal, dieron la voz de alarma. Todos habían visto los partidos de Eusebio, la Pantera, y todos habían intentado imitarle alguna vez, con suerte dispar, pero siempre espoleados por un innegable amor a la pelota. Uno le pegó fuerte, y desviado, con tan mala fortuna que la bola le pegó al muerto, varios metros más allá, tirándole el cigarrillo que estaba fumando y separando la brasa del cilindro como si una operación con tan burdo instrumental fuese algo sencillo, habitual, digna intervención de cualquier tuercebotas. Porque al tipo le habían dejado un filtro en la mano —un olvido imperdonable— que colgaba de su cuerpo inerte y cayó al suelo todavía encendido. Pudo ser fruto de la casualidad pero tal vez, y yo me inclino por ello, fruto de la repentina y pronta rigidez del cadáver que, sorprendido por la parca, tuvo a bien echar una última calada que nunca llegó a concretar. Es sabido que un soldado murió con el gatillo apretado y muchos delincuentes, aunque no lo fueran, empalmados en la horca. Pero lo que quería escribir era que.

Fue todo muy extraño, sí.

Llegamos unos cuantos y Sombrero nos dijo que ya había avisado a los verdes, que se presentaron en apenas cinco minutos, lo que también nos pareció cosa de locos pues debían recorrer al menos cincuenta kilómetros para llegar al camping y el firme no era bueno, y con curvas.

—Qué absoluta coincidencia, qué suerte —dijo un uniforme—. Estábamos fuera de servicio y habíamos quedado con Sombrero para tomar unos vasos. Pero ya que nos hemos dejado caer, oye, nos ponemos al servicio de la comunidad, nos calzamos el mono y trincamos unos extras.

—Tiene un agujero de bala en la nuca —observé—. De pequeño calibre —até cabos—: Probablemente de una pistola de tamaño reducido.

—Los niños que abandonen el lugar del muerto —dijo otro uniforme dispersando a la gente.

Los de Setúbal se fueron dando pases.

—El señor escritor —dijo Sombrero—, que le echa demasiada imaginación a los asuntos meridianos. Sin duda se trata del pasadizo de una broca. Este individuo ha muerto taladrado.

—No vacilo si lo digo —afirmó el uniforme de mayor rango totalmente uniformado. No muy convencido, añadió—: Veamos qué llevaba en la cartera el friolero.

Dos investigaron los bolsillos y extrajeron dos canicas de tamaño mediano.

—Este hombre —dijo uno—, era un tahúr de tomo y lomo. Si no que alguien me explique lo de las bolas.

—La cosa consiste en chocar una con otra —dijo otro, y se puso las gafas de pensar—. Si le das a una, te la llevas, y así sucesivamente hasta que el jugador se queda sin esferas. En ese momento es eliminado. Luego están los canicones, que valen por dos, pero éste, por lo visto, no tenía grandes bolas y […].

—Suficiente —dijo el mayor verde.

A Pitusa y a mí, que no perdíamos palabra, nos llevaba el diablo. También nos ardía el culo de rabia, un pálpito de almorranas dilatadas que nos traía de cabeza. No podíamos comprender tal nulidad profesional y menos aún la seriedad con la que manifestaban sus teorías de grulla. Pero grulla negra, impenitente, vamos, cuyo subtipo, según argumentan los chinos, es el más longevo por ser el príncipe de todas las criaturas emplumadas de la tierra. Y si no dije todo esto a viva voz fue por no cargar más la pota, que ya venía más vaca que carnero y rebosaba el tocino.

Así pues, y si no lo digo me sale un chancro, los verdes se habían hecho dueños y señores de la situación y, a base de artimañas —que no eran artimañas sino índoles que pasaban como tales— se proclamaron como caciques del esparragar.

Formaron una piña y, con Sombrero situado a la cabeza de las gimnospermas, se separaron de nosotros y del muerto, susurrando por lo bajo y mirando nuestras jetas con las cejas mal cosidas. Entre los tres grupos dibujamos un triángulo imperfecto, escaleno a todas luces, pero triángulo a grandes rasgos.


 
[Explicación del triángulo: Es un polígono negro (triángulo rectángulo escaleno) de tres lados de diferentes longitudes. En el extremo YZ está el muerto sentado en la silla, en el extremo XY Pitusa y yo y en el ZX Sombrero y los verdes. Según la fórmula, la suma del cuadrado de la distancia que nos separa del grupo de Sombrero y el cuadrado de la distancia que nos separa del muerto es la misma distancia que el cuadrado de la distancia que separa al muerto del grupo de Sombrero. Esta explicación no tiene ningún interés, ni siquiera relativo. Pero quiero introducir este corchete para regocijo de aquellos escritores que últimamente tienen a bien insertar gilipolleces entre las páginas de sus escritos].

—Hablan de nosotros —rajó Pitusa.

—Asentí —dije.

(Juraría que sólo lo estaba escribiendo).


Los uniformes se acercaron a nosotros pasando olímpicamente del tipo de la silla, cuya figura ya era secundaria y su actuación, o lo que este sustantivo quiera significar con sus mentiras veladas, estaba ya lejos de llevar a buen puerto el método Stanislavsky.

Uno de los verdes se dirigió a Pitusa en estos términos:

—Ha llegado a nuestros oídos cierta cosa —dijo, y puso los ojos en Sombrero—. Corre el rumor de que ha encontrado un gato muerto.

—Sin ojos —completó el de mayor rango.

—Detrás de la tienda —dijo Pitusa—. Un gato negro, putrefacto. No parecía muerte natural.

—Naturalmente —dijo el uniforme y, mirando a los demás, desenfundó una linterna que rápidamente ubicó a escasos centímetros del rostro de la interpelada.

Por supuesto, me vi obligado a intervenir.

—¿A qué viene el tercer grado? —pregunté, amenazante.

—Sabemos que ha descendido la temperatura esta noche —dijo el emisor de haces—. Pero no es para echarse las manos a la cabeza ni mucho menos. Tranquilícese —hizo descender la palma de su mano y luego, de nuevo enfocando con insistente saña, prosiguió el interrogatorio.

—Decía, como iba diciendo, que era un gato joven, con toda la vida por delante.

—No —dijo Pitusa—. Decía que era un gato negro, putrefacto.

—Así que era viejo —dijo el verde, y buscó la complicidad de sus compañeros.

Todos asintieron.

—¿Está segura de que era un gato? —preguntó—. Dígame, ¿está segura?

A mí me estaba haciendo dudar con sus pesquisas, pero preferí no manifestar mi incertidumbre. Con todo, puse la mano en el fuego y si no me quemé fue por la razón que llevaba y porque la hoguera sólo crepitaba en mi imaginación.

—Sí —dijo Pitusa—. Era un gato con todos los atributos felinos.

—Menos los ojos —dijo Sombrero, y dio pes/pedis a la desconfianza de los uniformes.

—¿No había dicho que su gato no llevaba ojos? Dígame, ¿no lo había dicho?

—Lo dijo su superior —dijo Pitusa—. Pero es cierto. El gato no tenía ojos porque le habían vaciado las cuencas.

El de los galones dio un respingo.

—¿Yo lo dije? —preguntó.

—Sí —dijo Pitusa.

—Entonces no hay por qué dudar de su palabra —dijo el jefe, y señaló a Pitusa—. ¿Estamos?

—Como si estuviésemos —obedeció, con mayúscula Marcial, el uniforme.

Los verdes nos tomaron los datos antes de abandonar la escena. El apunte vino con recomendación:

—No viajen. No salgan del camping. Quédense por aquí unos días. Es probable, aunque no sea posible, que necesitemos algún otro testimonio.

Y después se llevaron al muerto en una bolsa de plástico impermeable que metieron, ayudados por Sombrero, como carga de un jeep utilitario. Salieron de allí cagando humos.

3 comentarios:

Jesús Garrido dijo...

copio, pego, autoenvío al curro, imprimo a papel y leo luego en el descanso del guerrero. Todos los capítulos claro.

Unknown dijo...

Qué tendrá Setubal.
Por cierto, dónde puedo leer, más cosas tuyas?

Un Saludo

El Kafkiano dijo...

Gracias, Jesús, pero no sé si será demasiada molestia para tan pocos garbanzos..

Esgarracolchas, suelo renegar de toda pifia anterior, así que normalmente suprimo lo de otras temporadas. Pero, ay, a veces incorporo antiguas milongas (el hecho coincide cuando se me acaban las nuevas).

Saludos!